miércoles, 7 de octubre de 2015

A LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS, PATRONA DE GRANADA (Poema de M. Gutiérrez Giménez)


Musa que al cielo la armonía robas,
salterio de David, númen brillante,
dame tu voz con que a María cante
místicos versos, sacrosantas trovas.

Nunca supe pulsar la blanda lira,
ni el arpa dulce, ni el laúd sonoro:
solo sé, Virgen Santa, que te adoro,
solo sé que tu amor el alma inspira.

Solo sé que eres bella más que el cielo,
más pura que el aroma de las flores,
santo objeto de angélicos amores,
raudal de gracia, fuente de consuelo.

Votos te ofrece el pobre peregrino,
las Vírgenes suspiros y cantares,
incienso el sacerdote en los altares,
versos el vate, cantos el marino.

Y en la noche tranquila y solitaria
y en el hermoso y esplendente día
mi corazón te ofrece, Madre mía,
tras un grito de amor, una plegaria.

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Ante una imagen que Granada adora,
trasunto de tu rostro soberano,
¡cuántas veces mi espíritu cristiano
creyó en ti y esperó, dulce Señora!

¡Virgen de las Angustias! ¡Cuántas veces,
al invocar tu nombre, Madre mía,
en bálsamo trocaste de alegría
de mi amargura las horribles heces!

A la ciudad que fuera del profeta,
¡cuántos bienes has dado y cuánta gloria!
En sus fastos preséntalo su historia,
en sus cantos celébralo el poeta.

Cuando extiende su manto primavera
y Granada sonríe y se embellece
sus flores más balsámicas te ofrece
pues tú animas su valle y su pradera.

Tú el álamo sostienes y la yedra
que de su Alhambra ciñen la cintura,
y envuelves con un manto de verdura
sus gigantes artísticos de piedra.

Y entre amorosas flores nunca mustias,
te sonríes de amor en este suelo,
y Granada te adora con anhelo
¡Oh Virgen inmortal de las Angustias!

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En busca de riquísimos tesoros
vino un hombre a Granada; un buen cristiano
que en el suelo que fue del mahometano
buscaba lo que fuera de los moros.

En la orilla del Dauro largos días
pasó en estéril y árido trabajo:
polvo encima encontró, polvo debajo,
y dejó sus inútiles porfías.

Del desaliento y el cansancio herido
abandonó la tierra ya regada
con su inútil sudor, y hacia Granada
volvió de pena y de dolor transido.

Postrose ante la imagen bienhechora
que Granada venera ha luengos años,
contole sus amargos desengaños
y oró... porque el cristiano siempre ora.

Y de la Virgen el divino acento
como un eco fugaz cruzó su oído:
—¡Torna, cristiano, al sitio do has venido!
¡Ten esperanza! ¡Deja el desaliento!

Tornó, pues, a un inculto montecillo
a cuyas plantas el Dauro se desliza,
y unas grutas halló y halló ceniza
¡oro de más valor de menos brillo!

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Aun existen las grutas, monumento
de fortaleza y caridad cristiana;
el metálico son de una campana
hoy en aquel lugar agita el viento.

Cuando la aurora brilla en el oriente
lanza al aire sus ecos vibradores
llamando a la oración con sus rumores
que en el valle se apagan lentamente.

Cuando el sol va al ocaso declinando
su voz vibra otra vez, eco sonoro;
entonces surge de sagrado coro
las notas del salterio recordando.

Y si en los pliegues del nocturno manto
ocúltase la luz del horizonte
vuelve a orar otra vez el Sacro-Monte,
de mártires y sabios Monte-Santo.

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Las cenizas de mártires halladas
y veneradas hoy en los altares
ocultas en sus grutas seculares
aun fueran de los hombres ignoradas.

Pero quiso la Virgen que venera
el pueblo granadino con fe pura,
para acrecer su gloria y su ventura,
descubrir el tesoro que allí hubiera.

Y de entonces aun más el granadino
a su Virgen adora reverente,
porque Ella es el fanal resplandeciente
que ha encontrado al cruzar por su camino.

Ella ha vertido lluvia en sus sembrados,
nieve en sus montes, en su vega frutas,
rocíos de bendición sobre sus grutas,
luz en su ambiente, flores en sus prados.

¡Bendito el suelo que la Virgen ama!
aquí hay nubes de grana en los espacios,
aquí hay templos inmensos y palacios,
aquí la luz se bebe y se derrama.

¿Quién, Virgen Santa, tu poder no invoca?
¿Quién no te canta? El ruiseñor que trina,
la susurrante linfa cristalina,
el insecto que anida en una roca:

el corderillo que balando pace,
el jilguero que canta en la enramada,
la noche y tras la noche la alborada,
quien nace al mundo y el que al cielo nace.

Todos te cantan, todos te veneran:
yo te adoro también, y aunque soy reo
de la culpa mortal, espero y creo;
pues en ti todos creen, todos esperan.

Y tú eres de bondad rico tesoro
y yo en mis penas íntimas te llamo:
¡Virgen de las Angustias!, yo amo.
¡Virgen de las Angustias!, yo te adoro.


Este grabado y poema (compuesto por M. Gutiérrez Giménez, en honor a la Patrona de Granada), fueron publicados en Madrid en el año 1869, en el Tomo II del libro “Los Trovadores Marianos, Monumento de Glorificación o Álbum religioso literario”.


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